miércoles, 11 de diciembre de 2013

QUÉ BIEN QUE OS VIENE MANDELA


Queridos demagogos y demagogas:
Hay que ver lo bien que os está viniendo el funeral de Mandela.
Todo el mundo, pero todo todito, quiere decir algo, aunque no tenga nada que decir.


Y no me refiero a la ridiculez de las declaraciones de nuestro presidentito de gobierno, tan emocionado él con aquello de que el funeral del líder sudafricano se celebre en el estadio que le evoca, no que se tratara del lugar donde dio su primer mitin cuando por fin salió en libertad de su largo cautiverio, sino la victoria de la selección española de fútbol.
Sobre ese tema prefiero no hablar, porque siento una gran losa de ridículo sobre mí, ante la enorme vergüenza de ser representada internacionalmente por semejante individuo, capaz de alardear públicamente de tan enorme falta de sensibilidad.

El Primer Ministro de Inglaterra, la Ministra de Dinamarca
y el Presidente de Estados Unidos, "mostrando su dolor"
 en el funeral del líder de la lucha contra el Apartheid
Me refiero a la inmensa mayoría de demócratas "de toda la vida", pertenecientes a la misma casta, que en su día tacharon de terrorista a este luchador por las libertades, y hacen ver que lloran su pérdida, mientras que resaltan su enorme dignidad y su manera de luchar por la concordia. Me refiero a quienes destacan que nunca fue un revanchista y repiten una y otra vez su capacidad de reconciliación.
Reconciliación, sí, reconciliación es la palabra más repetida, por muchos de quienes en el pasado no fueron capaces de hacer nada por promover dicha reconciliación en las sociedades de las que eran mandatarios, y que siguen en el presente negándonos la posibilidad de tender puentes hacia esa consecución de una reconciliación que es imposible sin pasar previamente por un proceso de Verdad, Justicia y Reparación.

Mandela declaró que jamás olvidaría lo que había sufrido en prisión, que nunca olvidaría los años en que fue privado de la libertad, ni los sufrimientos inferidos a su raza. Y es que esas cosas son imposibles de olvidar.
Otra cosa es, que con la inteligencia que caracteriza a todo buen estadista, supiese poner los medios para frenar el odio y el baño de sangre que habría supuesto llevar a cabo la tarea de reconstrucción de su sociedad bajo el impulso del espíritu revanchista. 

Si Mandela hubiera sido el terrorista que los civilizados demócratas occidentales decían, su ascenso al poder habría venido acompañado del mismo espíritu de revancha que secundó la consecución de la independencia por muchos países africanos, pero no fue así.


También la victoria del bando fascista al final de nuestra guerra civil vino acompañada de un espíritu revanchista que, aún hoy, continúa presente en las actitudes de tantos acólitos que acompañaron a los detentadores del poder en España a partir de 1939.

No creo estar cogiendo el rábano por las hojas ni aprovechar el paso del Pisuerga por Valladolid ni del Segura por Murcia si me permito en esta reflexión sobre el oportunismo de ciertas figuras representantes de la derecha más reaccionaria, enlazar con la situación de injusticia hacia la que las asociaciones memorialistas nos venimos refiriendo desde hace tanto tiempo en nuestras denuncias.

Se perdió la oportunidad de reparar a las víctimas del franquismo durante la Transición, y se volvió a perder con la Ley de la Memoria Histórica.

Pendiente de ser debatido en el Parlamento, Amnistía Internacional advirtió que si no se modificaba el proyecto de ley de "derechos de las víctimas de la guerra civil y el franquismo", caminábamos hacia una "Ley de Punto Final": una amnistía general encubierta sobre crímenes contra el derecho internacional. Y así fue. La ley, que no hace mención alguna de las normas internacionales de derechos humanos nació reconociendo algunas medidas de reconocimiento moral y económico, reparación parcial y sin conexión con los graves abusos cometidos contra los derechos humanos, en una muestra de la falta de voluntad política del gobierno anterior para cumplir con su voluntad constitucional e internacional de garantizar los derechos de las víctimas.




El Estado Español dio un paso atrás, perdió una oportunidad histórica de ofrecer verdad, justicia y reparación a miles de víctimas, no asumiendo ninguna responsabilidad por los crímenes que se cometieron durante la guerra civil y el franquismo.

Esteban Beltrán advirtió, antes de ser aprobada la Ley, que el proyecto, si continuaba como estaba, podía suponer un peligroso antecedente de impunidad frente a otros abusos contra los derechos humanos que pudieran cometerse en el futuro o que se hubieran cometido en el pasado.
Y así estamos. Con esos mimbres se tejió el actual cesto.

La Ley de la Memoria Histórica, según se continúa denunciando por las Asociaciones de la Memoria Histórica existentes en nuestro país, no ha esclarecido la verdad sobre los crímenes que respondieron a una estrategia represiva sistemática a gran escala, en la que el Estado llevó a cabo innumerables violaciones de los derechos humanos, estableció una legislación represiva y empleó el sistema judicial para perseguir a los opositores del régimen.

Después de dos años de gestación, nació una ley en la que no se daban pasos significativos para resarcir a las víctimas, ignorando el Convenio para la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y Lesa Humanidad, y no estableciéndose la anulación de las condenas dictadas tras juicios injustos.

Se ignoraron las recomendaciones de organismos como Amnistía Internacional o como las diferentes asociaciones memorialistas, y con esta ley mutilada, se anularon las posibilidades de reconciliación que se podrían haber derivado de la consecución de las ansias de reparación, pero éstas no se alcanzaron.

Y es que, en España, la Ley de la Memoria Histórica no llegó a suscitar un debate de ideas profundo y riguroso. Una deuda debe ser satisfecha para despertar entre deudores y acreedores la posibilidad de alianza. Como dijo Celia Amorós, para conmutar ofensas hay que constatar y contrastar inscripciones; así lo planteó, hace más de dos años, en su artículo "Perdón e inscripción", en el que plantea que el punto final no se puede poner donde uno quiera.

Dignidad, concordia, conciliación, capacidad de reconciliación... hermosas palabras prostituidas por los labios de quienes hoy las pronuncian en un intento de disimular lo indisimulable: que nunca olvidaron su espíritu revanchista, que permanecieron hasta hoy agazapados en sus posiciones pseudodemocráticas, en espera del momento que sabían que, al final, llegaría: el momento de la involución.

Quienes hoy ejercen el poder son los mismos que lo ejercitaron ayer, y están volviendo a pasos agigantados a su postura de ayer como implacables violadores de los derechos humanos, como autores de una legislación represiva, como artífices de un sistema económico injusto que condena a la miseria a la mayoría de la población, y de un sistema judicial que persigue a quienes se le oponen.
Esto es lo que toca ahora.


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