miércoles, 23 de noviembre de 2011

19 Y 20 DE JULIO, A BORDO DEL LEPANTO



El "Lepanto", el "Sánchez Barcáiztegui" y el Almirante Valdés se encontraron frente a las costas de Melilla, recibiendo órdenes de estar  preparados para bombardear, tan pronto se les ordenara, los acuartelamientos y puntos de interés estratégico e impedir, echándolo a pique, si preciso fuera, que ningún buque con tropas abandonara el puerto. En contra de lo que ocurría en los otros dos buques, el comandante Fuentes estaba dispuesto a cumplir las órdenes del Gobierno - no así sus oficiales, que se manifestaron del laqdo de la sublevación - Mientras que los otros dos barcos entraron en  Melilla, el Lepanto detuvoi las máquinas en el último momento y dio marcha atrás. Aun desasistido por sus oficiales, don Valentín recibió el apoyo del resto de la dotación para mantener su fidelidad a la República.
El Lepanto permaneció navegando, en vigilancia, frente a la plaza, informando de sus movimientos a Madrid, así como de su posición de inferioridad frente a los otros dos destructores y permaneció voltejeando frente a la costa hasta la llegada de un grupo de submarinos enviados por el Gobierno. Mientras tanto, el Sánchez salió, aproando hacia Poniente y más tarde, el Valdés, arrumbando al Nordeste.
Esa noche recibieron orden de marchar hacia Barcelona, pero hubo de cambiar el rumbo ante la inesperada contraorden de aproar hacia Málaga.


Cuando, el día 20, entró el Lepanto en Málaga, encontró al Sánchez Barcáiztegui y Alsedo, en los que la marinería y los auxiliares, claramente republicanos, se habían sublevado contra los oficiales golpistas, deponiéndoles de sus mandos.
El capitán de corbeta Monreal, que el día anterior había venido desde Madrid, en avión, para tomar el mando del Sánchez, los recibió en el muelle, puño en alto y con vivas a la República, que fueron coreadas por la tripulación.
El comandante se acercó a cumplimentar al gobernador civil y al regresar a bordo, encontró a la dotación muy alterada. Se presentó ante él una representación para informarle de lo que habían votado en su ausencia.
     Don Valentín, hemos decidido por mayoría detener a los oficiales de esta lista y conducirlos al “Monte Toro”, a disposición del Gobernador Civil, porque son unos traidores.
   ¿Habéis decidido? ¿Quiénes sois vosotros para decidir nada?
    Don Valentín, la decisión la hemos tomado por votación de toda la dotación del buque y ha sido aprobada por don Federico Monreal, que ha venido de Madrid con poderes del Gobierno. Los oficiales tienen que ser desembarcados, porque sospechamos que son amigos de los golpistas.
Ante situación tan imprevista, se despertó la confusión en don Valentín. Aunque los oficiales, frente a las costas de Melilla, habían manifestado su postura favorable a los sublevados, dejaron de lado su opinión tan pronto él, en calidad de comandante del buque, tomó la decisión de ponerse de lado del Gobierno.
-        Si a bordo no quieren a los oficiales – dijo el Comandante – Me voy con ellos.
-   Usted es bueno, pero su segundo y el resto de la oficialidad, no ¡No los queremos! – le dijeron.
Le dijeron que si prefería irse con los oficiales podía hacerlo, pero tendrían las debidas consideraciones con él y con el 2º Comandante y les ir a un hotel, a sus domicilios, o a donde creyeran oportuno.
Una vez el Comandante abandonó el barco, llegó el Capitán de Corbeta don Federico Monreal y Pilón, el que los había recibido al llegar a puerto, y habló a la dotación, reunida en la toldilla, diciendo que él podía asegurar que don Valentín Fuentes era leal al Gobierno de la República y que hacía falta para llevar el barco. Finalmente, decidieron que el Comandante debía quedarse; mandaron a una comisión a buscarle a la estación. Allí estaba, vestido de paisano, esperando desde hacía casi media hora el tren en que pensaba llegar a Madrid. En principio, se volvió a negar a permanecer en el barco sin los oficiales, pero accedió finalmente, tras repetidas peticiones y a su regreso comenzaron a embarcar a los oficiales y al Segundo Comandante en un bote. 
Los llevaron, según disposición del Gobernador Civil, al Vapor Monte Toro, y posteriormente, al J. J. Síster.
Don Valentín mandó un oficio para el Gobernador Civil de Málaga en el que le interesaba que fueran tratados los oficiales con toda clase de consideraciones, por no haberlos desembarcado nada más que por sospechas. También envió una nota al capitán del buque de la Transmediterránea, explicándole que se trataba de hombres leales, pero sospechosos de tibieza según la marinería, y también le encargó al Capitán de Carabineros, al frente de esa prisión improvisada, que tuviera en cuenta que el estatus de los oficiales era el de “alojados” no el de detenidos, y que debía protegerlos de cualquier atentado.
Siguiendo las indicaciones del Condestable Paz se formó el Comité del buque. Y el mismo día 20 por la noche, el Lepanto recibió orden de salir de nuevo a la mar. Había llegado una información de que cerca de Fuengirola acababa de desembarcar un considerable contingente de moros. A partir de ese momento, el buque entró de lleno en la nueva situación en que se encontraba el país: el estado de guerra.

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